sábado, 20 de octubre de 2012

Zulia

La tierra del petróleo saqueado y el gas natural desperdiciado durante décadas. La tierra donde el sol es inclemente pero nos hace participes de su ancestral energía. La tierra de Mara, Nígale, Támare y sus descendientes multiplicados.

Pueblos explotados, obreros herederos del cansancio de generaciones, empresarios herederos de las riquezas que el destino injusto les ha adjudicado. Elites de latifundios millonarios, gracias a millones de horas de trabajo por parte de campesinos descamisados.
Por estas calles el calor prevalece, el buen humor se abraza con las amarguras de los colores del trafico. Las gotas del sudor de piel hacen amistad con las gotas que salpican de un cepillao de mediodía. El mejor calmante es una arepa bien rellena, o en el mejor de los casos, mas de una.

Culturas encontradas, nacionalidades de visita o estadía permanente. Guajiros resistentes al peso de la historia, mestizos luchadores del día a día. Todos juntos, iguales o desiguales, somos la misma presa en una cola en el puente. Ese mismo que une al desarrollo con el olvido, y que ironia esa que nos recuerda que el olvido ayuda a impulsar el desarrollo.   
Palafitos convertidos en modernos edificios, símbolos del crecimiento. Ya nada es como antes – comenta un viejito con el sombrero desgastado – “hay quienes prefieren un plato de petróleo que un patacón triple. Los gringos tenían esto como una patria de segunda mano, las riquezas se hacían aquí, amaban producir, pero disfrutaban allá en el norte”.

Desde tempranito hay empanadas por donde uno pase – comenta una comerciante – los kioscos están llenos esperando a uno. El zuliano es escandaloso desde que se para. El “trajín” de todos los días lleva como regalo 40 grados para el disfrute o calamidad de quienes dan vida a esta tierra.

Los patacones se venden como arroz, las voces de los buhoneros son la banda sonora de los callejones de los mercados populares.

Los balancines son el adorno en los patios de muchas casas y esquinas, las gotas de oro negro caen como lluvia en las ropas de los caminantes. Esas maquinas que nunca paran de moverse parecen pájaros negros, son los únicos buitres que no comen carroña.
Así es el Zulia, así somos, una sonrisa de rayo nos caracteriza y un lago que ya no es lago nos abraza desde el piélago hasta nuestras ventanas.

Carlos Espitia